martes, 9 de abril de 2013

Se alquila Pedestal



Bienventurados los que conviven con la nada”- diría el anticristo de Nietzsche.
 
Cuando nos dirigimos hacia lugares desconocidos comenzamos a sufrir ciertos tembleques en las manos y en las piernas, pero la fuerza con la que nos tiembla el pensamiento no tiene comparación alguna. Podríamos decir que aquellos denominables conscientes o cariñosos con la idea de permanencia eterna en esta vida, articulamos una serie de sudores fríos sensoriales, pero sobre todo racionales. Cuando la duda más existencial posible nos invade, también lo hace el miedo. Toda odisea lo es con el miedo. Y sin embargo, sintiendo esta inconsistencia de todo lo que parecía quieto, fuerte, estable y duradero, nos liamos la capa un sayo y seguimos nuestro rumbo de seguridades, aunque estén más muertas que vivas.

Esto no deja de ser un acercamiento más a la idea de Superhombre nietzscheana. Pero aprovecho esa idea para hacerla explicación, desde mi punto de vista, de lo que últimamente veo crecer sin medida.
Siempre han existido valores refugios en el imaginario colectivo o en las conciencias individuales, que nos han salvado de la casualidad de la vida. En esto dios ha tenido un papel preponderante, sin pedirlo. Desde hace un siglo parece que la ciencia pretende coger ese relevo, como la grandilocuente Verdad, como el asidero incuestionable de lo que es y lo que no, de lo que parece y de lo que es. Si tenemos una duda sólo tenemos que buscar algún científico que nos aclare las respuestas. Todos hemos visto publicidad con el eslogan “científicamente probado”.

No quiero con esto desmerecer el trabajo científico, pero sí quisiera centrarme en las sustituciones colectivas que se llevan a cabo en el trono de la Verdad.
Si dios ya no está como suelo de todo, como mecánico del universo, entonces ….. , entonces diríamos que a falta de pan, buenas son tortas. Nuestra tan querida cultura occidental busca placebos desesperadamente en agentes materiales, en dioses palpables que conformen nuestras ansias de escapar del vacío. Al margen de nuestra inquietud capitalista, mis comentarios no van dirigidos en este caso a la enfermedad de llevar siempre algo nuevo en las manos.

 Pongamos un ejemplo cotidiano de esos dioses palpables. Ponemos la radio a la hora de esas tertulias políticas para informarnos. Además del (la, los, las) periodista(s) que hacen de guía escuchamos a una serie de opinadores (con mayor o menor gracia divina) capaces de establecer los caminos correctos o incorrectos, no sólo del opinar sino del pensar. ¿Y por qué les otorgamos credibilidad? Porque son fulanito o menganito (perdónenme las menganitas) con el título de especialista político, analista reputado que nos ofrece un comentario contrastadísimo, fundamentadísimo, porque tienen la información en las manos; son expertos. Claro está que no son todos los casos, también los hay capaces de dudar, de no ser tajantes en sus opiniones, de no ser fundamentalistas del banco sobre el que están sentados.

Casualmente me encontré un documental en la 2 donde se describe que en Estados Unidos el fenómeno de los expertos prolifera como las plagas. De hecho existen formadores de expertos que se divierten explicando las formas adecuadas para una buena exhortación en televisión, creíble, verosímil. Muchos quieren ser gurús televisivos, asesores de su materia, sea cual sea su iluminación, porque es una buena forma de ser famoso, conocido, que no conocedor, y al mismo tiempo atender a una demanda social de faros-guía. Aquí no andamos muy lejos. En definitiva se trata de habilitar un espacio social creciente para la charlatanería, para distintas formas de telepredicadores.

Y nos podemos preguntar ¿qué hay de malo? Evidentemente nada si gustamos del abandono en manos de los quiromantes y esoterismos varios. Ahora bien si somos algo más serios podríamos acudir a la ciencia. ¿Y cómo tener certidumbre del camino andado por otros? Mi pregunta es ¿qué es lo que pensamos nosotros mismos? Porque será cuestión de edad, pero cada día me ruboriza más dar opiniones.